Imagina ese lugar del que todos hablan. El lugar en el que vamos a convertir todo esto. Ese mundo creado a partir de todos nuestros esfuerzos a lo largo de este tiempo. Ese lugar al que llamamos progreso. Pasionaria podría ser el nombre de ese lugar, de ese planeta. Allí viven unos seres similares a nosotros, perfectamente diseñados para imitarnos. Lo que llamamos vida se ha convertido en un paisaje artificial y sus habitantes en artilugios tecnológicos que han perdido cualquier tipo de pasión.
El presente en el que vivimos nos lleva a imaginar un futuro en el que simplemente hemos dejado de sentir. Un futuro en el que ya ni siquiera aspiramos a diferenciarnos, a sentir que estamos viviendo nuestra propia vida. El poeta Leopoldo María Panero decía: “yo me destruyo para saber que soy yo y no todos ellos”. Entendemos que el dolor y las pasiones son lo que nos diferencia de los robots o de las estatuas, y es en esos cuerpos inertes donde queremos mirarnos en esta pieza, para encontrar las diferencias, para descubrir si todavía estamos vivos.
Pasionaria cuestiona el desapego emocional hacia el que nos dirigimos. Una reflexión en torno a la idea de progreso que se está imponiendo. Un mundo artificial al que somos empujados, lanzados violentamente, donde el individualismo y la cobardía moral va convirtiendo el mundo en un lugar de adultos indefensos. Un futuro, obviamente, demasiado lejano.